Quienes hablan de violencia en el cine o de películas violentas deberían tener en cuenta esta:

En 1976, Jaime Chávarri rueda esta película sobre la familia del poeta español Leopoldo Panero.
El film narra la situación de su esposa, Felicidad, y sus tres hijos, Juan Luis, José Moisés y Leopoldo, años después de la muerte de aquel insigne personaje de las letras. Felicidad tuvo que afrontar el fallecimiento de su esposo haciéndose cargo de los hijos y manteniendo un hogar que a partir de entonces iba a ser muy distinto sin la pesada presencia del cabeza de familia.
"El desencanto" muestra los vestigios del desastre provocado por la personalidad de un poeta (supongo que como la mayoría) abstraído completamente por su obra, movido casi exclusivamente por los alicientes de la vida literaria y con un nulo sentido de la realidad.
La película, lejos de evocar y ensalzar la figura de Leopoldo Panero, saca a la luz las consecuencias más desgarradoras de haber convivido con un genio y la dificultad de vivir tras su muerte bajo el inevitable peso de su gloria. ¿Cómo puede soportarse algo así?
Está rodada a base de pequeños trazos de la vida del poeta que ayudan a formarse una idea de su importancia artística. Pero son los comentarios de su esposa e hijos la verdadera fuente de información. Son ellos con sus diálogos y observaciones de lo que fue la vida junto a él y de lo que es ahora que no está lo que nos hace comprender qué conlleva sobrevivir a un genio y ser consciente de no poder permanecer más que en un segundo plano a su lado. Y, lo más interesante a mi juicio, presenciar a los miembros de una familia destrozada reprocharse sus miedos, sus ilusiones rotas, sus inseguridades y culparse y castigarse mutuamente como último recurso liberador.
En la película se asiste en ocasiones a momentos de verdadera violencia. Me explico. Hay algo que a mí me resulta muy incómodo y desagradable y son los reproches. Pero son aún más profundamente violentos cuando provienen de un hijo hacia su padre o madre. Y en "El desencanto" los hay por doquier, tanto que a veces se tiene la sensación de estar metido en medio de una de esas discusiones familiares que se montan cuando hemos sido invitados a una comida en casa ajena.
Felicidad lo hizo lo mejor que pudo. Se empieza por no entenderla, por condenarla, y se acaba por compadecerla. Y lo mismo ocurre con sus tres hijos, víctimas inocentes de la figura de un padre poeta.
Ahora que Lifeonmars y Telecine han hecho mención de un modo u otro a este aspecto en sus blogs y que el tema está en el aire, he de confesar que poco a poco voy asimilando eso de que "lo importante no es lo que han hecho de nosotros, sino lo que nosotros hacemos con lo que han hecho de nosotros". Casi cada semana, y coincidiendo con la visita de mi hermano a casa, asisto sin quererlo a un banquete de reproches por ambas partes que no conduce a nada, que sólo nos mantiene ocupados en buscar culpables, en responsabilizar a alguien de no ser lo que queremos ser o como queremos serlo.
Todos sabemos que a los padres se les puede acusar de una larga lista de cosas, pero también somos conscientes de que lo han hecho lo mejor que han podido y sabido. Cuando comprendemos eso y nos lanzamos a reconstruirnos a nosotros mismos nuestra vida da un cambio importante. Yo no estoy libre de todo eso, ojalá lo estuviera. Sé que no siempre es posible superar el estado en que nos han dejado, a veces en completa ruina moral, pero si invirtiésemos el tiempo que gastamos en el reproche en ponernos manos a la obra con nosotros mismos...
En fin, que he empezado hablando de un peliculón que recomiendo encarecidamente y mira dónde he acabado...
La verdad es que su título no podía ser más acertado. Hay desencanto en cada fotograma, en cada gesto, en cada esperanza frustrada... Supongo que hay millones de familias que reproducen a diario las mismas conversaciones violentas que se ven en la película.